La nueva Rusia
Desde el colapso soviético de
inicios de los 90s, Rusia no había tenido tantas portadas a nivel global como
en los últimos años. Al desastre económico y el mercado de mafias que sumergió
al país en el caos con posterioridad al cambio de sistema político le siguió
una etapa más provechosa a nivel de incidencia global, expansionismo y
fortaleza económica. Los sucesivos gobiernos de Vladimir Putin fueron en gran
medida artífices del renacimiento del oso ruso.
En 1999 Boris Yelstin renuncia
luego de una década marcada por sus excesos públicos y la mediocridad económica
con la que su gestión abrió a Rusia al mundo. Vladimir Putin, su sucesor,
tendría que lidiar con la aceptación de una Rusia disminuida en su imagen en el
exterior, imagen que no tardaría en cambiar a pesar de desorden acumulado. El
hundimiento del Kursk, la lucha contra el terrorismo checheno, su intervención
frontal en Georgia y otra más sutil en Ucrania (por
donde pasan los gaseoductos que abastecen de gas a Europa) durante la
“revolución naranja” y sus alianzas estratégicas con países y foros consultivos
harían de su gobierno uno de los más fuertes desde las épocas soviéticas. El
delfín ruso le dejaría con óptimos números macroeconómicos la posta a su gran
aliado, Dimitri Medvedev entre el 2008 y 2012 para luego retornar a un tercer
periodo.
Durante la primera década del
siglo XXI el esfuerzo de Vladimir Putin por redinamizar la economía rusa obtuvo
los resultados esperados a mediano plazo. Su gestión no pudo, sin embargo,
prever los alcances de la crisis del 2008 que afectó al país de manera
considerable, tanto que aun hoy en día, en su tercera gestión, trata
de salir del atolladero en el que se encuentra. La poca diversificación de sus
productos y la esperanza de seguir creciendo en base a exportaciones de
petróleo y gas natural han hecho que organismos internacionales como el FMI le
advierta de los peligros de su modelo económico. Algunos investigadores
internacionales han propuesto sacar a Rusia de frentes fortalecidos
internacionalmente, como ocurrió a principios del año pasado cuando los
economistas Nouriel Roubini e Ian Bremmer anunciaron en el Foro Económico
Mundial de Davos que convendría sacar a Rusia de la abreviatura BRICS (Brasil,
Rusia, India, China y Sudáfrica) que aglomera a las potencias emergentes y
poner en su lugar a Indonesia o Turquía. Las cifras económicas
actuales de Rusia dan cuenta de su parada. Rusia tiene ahora sus peores cifras
desde el 2008.
A nivel geopolítico en cambio,
Rusia si ha marcado hitos importantes. Uno de los mayores logros del nuevo
gobierno de Putin ha sido aprovechar el deterioro de incidencia norteamericana
en el mundo para forjar un espacio que le sirva de contrapeso. Rusia quiere ya
estar insertado en la agenda global para cuando Estados Unidos pierda más
presencia. De hecho, actualmente Estados Unidos necesita de Rusia para resolver
los casos de la agenda internacional que antes resolvía unilateralmente.
Moscú ha demostrado
eficientemente que puede mediar en los grandes conflictos globales con el
objetivo de mantener la paz y la seguridad internacionales en los últimos años.
Su manejo de la crisis siria al paralizar los tambores de guerra por el ataque
químico de agosto pasado o el apoyo que brindó al acuerdo con Irán
para la reducción de su arsenal nuclear son muestra de ello. Rusia logró, con
la venia de Irán, la aprobación para que el país persa se coloque bajo control
de la Agencia Internacional de energía Atómica y no bajo la dirección de país
alguno.
Otro hecho que marca el accionar
de Rusia a nivel global es el caso Edward Snowden. Consultor tecnológico que
develó el accionar de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) en
torno al espionaje del país norteamericano a líderes mundiales por medio del
programa de vigilancia masiva PRISM. Snowden llegó a Rusia donde el gobierno de
Vladimir Putin le concedió el asilo temporal por un año. Tal fue la desazón por
parte del gobierno norteamericano que Barack Obama decidió suspender la reunión
bilateral entre ambos países en el marco de la cumbre del G20 en San
Petesburgo, el año pasado.
Así el Presidente lograba hacer
indesligable la fortaleza de su país en el exterior con su imagen personal.
Voceado como Personaje del año 2013 para la revista Time y considerado el
hombre más poderoso del mundo por la revista Forbes, quizás el más inesperado
de todos los reconocimientos fue el del sondeo en el diario inglés The
Guardian, en el cual el 88% de los encuestados votó para que recibiera el Nobel
de la Paz, aun cuando era lapidado internacionalmente por su alianza con la
iglesia ortodoxa que se vio plasmada en las leyes homófobas en la federación
rusa y en la represión a sus opositores como el grupo de punk Pussy riot,
curiosamente 2 de los temas más sonados ese mismo año.
A inicios del 2014, el gestor de
la nueva Rusia tendría su prueba de fuego con los acontecimientos en Ucrania,
otrora preciada joya soviética. La facilidad con la que le creaba necesidades
al gobierno norteamericano y al mundo entero para ser tomado en cuenta como
parte de la solución estaba a punto de perderse, ya que esta vez era parte del
problema.
Para Rusia, la rebelde Ucrania
era el tema pendiente en una agenda de dependencia forzada que abarcaba a
aquellos países de la ex órbita soviética. Para Vladimir Putin, además, la
revolución naranja del 2004 fue una derrota personal que no iba a volver a
tolerar. Luego de incesantes protestas que lograron sacar del gobierno al poco
estratégico Viktor Yanukovich, la división política pasó a ser geográfica entre
regiones que promovían un viraje pro occidental y aquellas que deseaban seguir
teniendo a Rusia como máximo aliado. La crisis se hizo más fuerte en Crimea,
región de mayoría rusa que no toleró los cambios efectuados desde Kiev y con un
referéndum no reconocido por occidente ni por las Naciones Unidas decidió
separarse de Ucrania e incorporarse a Rusia, que aceleró de inmediato los
trámites para no perder su área de influencia sobretodo en sus fronteras más
próximas. Putin esta vez no se iría con las manos vacías iniciando un temible
proceso de capitalización de las zonas leales a Moscú en el este europeo. A
Crimea se le pueden sumar pronto otras regiones de Ucrania e incluso algunas
que históricamente han soñado con volver al seno ruso, como Transnitria,
el enclave pro ruso que desde los 90s ha sido el dolor de cabeza de Moldavia.
Lo curioso de este nuevo
escenario es que a pesar de las sanciones con las que se amenaza al gigante
ruso, el gobierno de Putin parece sentirse cómodo con el nuevo escenario. Ha
pasado de ser el interlocutor necesario para cualquier problema global de gran
magnitud a ser el desestabilizador eficaz para la reinstauración de su
expansionismo. En ambos casos ha tenido éxito.
Miguel Angel Curo
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